Brisna y el susurro del viento
En el bosque encantado de Brillaverdor vivía un conejo llamado Brisna. A diferencia de los otros conejos, que eran ágiles y veloces, Brisna era pequeño y más torpe, con orejas largas y grises que siempre caían hacia adelante. Sin embargo, tenía un don que lo hacía especial: podía escuchar los susurros del viento, que le contaban secretos sobre el bosque y sus habitantes.
Un día, mientras Brisna jugueteaba cerca del resplandeciente lago Cristalino, el viento le susurró algo alarmante. "El Gran Roble está enfermo", le dijo con un tono suave pero urgente. El Gran Roble era el árbol más majestuoso del bosque, con raíces que se extendían por kilómetros y hojas que brillaban como esmeraldas a la luz del sol. Todos los animales lo respetaban, y sin él, el bosque perdería su magia.
Brisna, preocupado, fue en busca de sus amigos. La ardilla Nube, con su pelaje rojizo y su cola esponjosa que siempre ondeaba con gracia, lo escuchó con ojos curiosos. La rana Salto, de piel verde brillante y ojos grandes y vivaces, saltó de emoción. Y el erizo Filón, de púas cortas y con andar lento pero seguro, inclinó la cabeza en señal de atención.
—¿Cómo podemos ayudar al Gran Roble? —preguntó Salto, inquieto.
—El viento me contó que solo la flor Aurora, una planta que crece en el lejano Pico Brumoso, puede curarlo —respondió Brisna.
Sin dudarlo, los amigos decidieron emprender la aventura. El viaje los llevó a través de paisajes impresionantes: cruzaron ríos de aguas cristalinas que corrían veloces y saltaron sobre piedras resbaladizas cubiertas de musgo. Atravesaron densas cuevas, donde las sombras jugaban con sus sentidos y el eco de sus pasos les hacía compañía. A pesar del cansancio, Brisna seguía escuchando al viento, que les susurraba palabras de aliento: "No se detengan, el Pico Brumoso está cerca".
Cuando finalmente llegaron a la cima del Pico Brumoso, encontraron la flor Aurora. Era una flor delicada, con pétalos dorados que brillaban como si guardaran un rayo de sol en su interior, creciendo en la grieta de una roca. Brisna y sus amigos la recogieron con sumo cuidado y regresaron apresuradamente al bosque.
Al colocar la flor a los pies del Gran Roble, algo maravilloso ocurrió. El árbol, cuyas hojas estaban mustias y apagadas, comenzó a recuperar su esplendor. Sus ramas se alzaron con fuerza renovada, y sus hojas volvieron a brillar como si el propio cielo las hubiera pintado de verde. Los animales del bosque aplaudieron y celebraron, y el Gran Roble, con una voz profunda y resonante, dijo:
—Gracias, pequeños héroes. Su valentía y su lealtad han salvado nuestro hogar.
A partir de ese día, Brisna ya no fue visto como el conejo torpe, sino como el que podía oír los secretos del viento y unir a todos para proteger el bosque. Y cada vez que el viento susurraba suavemente entre las hojas, Brisna sonreía, sabiendo que aún quedaban muchas aventuras por vivir.
Fin.